Abandonado... Misterioso... Portalada... Palacio... Juan de Espina...

 

 

casi, conseguir de él ver su casa.

Se comentaba que este don Juan, adquiría, "a toda costa", los objetos de su famosa colección y ocurre conjeturar de dónde procedía la fortuna considerable que le permitía tales dispendios, descendiendo, como descendía de una preclara estirpe de navieros, cuyo origen se fija en el mismo Ampuero, al menos, desde el siglo XVI, en que ya habitaban en la villa don Ortega Sanz de Espina y Velasco y María González de Alvear, su esposa, de que descendían grandes personalidades y veedores de la Armanda Real, poseedores de la ferrerías del Molino y Entrambosríos: "Sabemos que el cardenal Niño de Guevara le proporcionó, por recomendación de Felipe III, pingües beneficios eclesísticos, y es de suponer que para disfrutarlos se ordenara de sacerdote. La muestra del palacio de La Bárcena y los negocios de armadores de barcos que sabemos, debieron de tener más importancia en sus ingresos, por expléndidas que supongamos sus rentas eclesiásticas", escribe José María de Cossío. Y tal debía de ser la amalgama de objetos reunidos en su mansión palaciega que allí podía verse desde "un pájaro disecado de Indias", como un cuadro de un maestro de la pintura, "y un artificio mecánico ingenioso ocupando puesto junto al más artístico camafeo o el vidrio más sutil que cuajara venecia". Tanto que Alonso del Castillo, que no lograba ver la colección, le dedicó unos versos, `por tan sólo las referencias de ella tenida: "Cuanto el sutil elemento / ocupa el vasto distrito / cuanto produce la tierra, / cuanto el término marino, / con pluma, pelo o escama, / ya en cueva, en agua o en nido, / muestras con pincel valiente / no imitado, sino vivo". Y es que, allí, efectivamente, junto cuadros y esculturas, cristales y armas, instrumentos musicales y artificios mecánicos, se guardaba todo lo inimaginable.

La fama de don Juan de la Espina era de personaje misterioso, sombrío, hechicero... Se decía de él se había dedicdo a la magia blanca y se le tildaba de nigromante. Y había entre sus enseres, una silla que llegó a hacerse popular, como puede

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